Muy libre y solitario vivía un puma entre las montañas.
Amaba su libertad, pero la soledad era su más triste compañía.
Era el amo del lugar, se paraba firme en sus cuatro patas
oteando hasta donde su aguda vista se lo permitía.
No le temía a nada y contaba con el respeto de todos los seres
que habitaban la región.
Una noche, acostado sobre una piedra, vio aparecer por detrás
de una montaña a la luna. A partir de ese momento no pudo ver ninguna otra
cosa, la mágica luz lo cautivó.
La vio completa cuando salió a cielo abierto y el encanto que
ella le produjo fue mayor.
Se quedó quieto, expectante, como acechando una presa, sólo que
en esta oportunidad, la presa era él. Su quietud era mezcla de concentración y
paralización. Sus acciones no estaban gobernadas por él.
La luna pareció acercarse un poco, pero al rato se comenzó a
alejar,
Esto hizo que el puma tomara coraje y comenzase a seguirla. Era
tanta la devoción por aquella belleza que en más de una oportunidad tropezó con
algunas piedras.
Hasta que la vio perderse detrás de otro cerro, pensó que había
bajado tras la montaña. Entonces comenzó a correr para llegar del otro lado.
Una vez en la cima, desilusionado, no la encontró. Después de
tantas horas, estaba más dolido que exhausto.
A paso lento volvió a su territorio, llegó al otro día.
Se recostó sobre la misma piedra en la que estaba cuando había
visto a la luna la noche anterior, y miró con atención durante todo el día el
filo del cerro por donde había aparecido.
No sentía hambre, ni sed. Sólo la necesitaba a ella.
Y aquella noche la volvió a ver y ambos volvieron a hacer el
mismo recorrido.
El puma volvió a perder el resto de la noche para regresar
infeliz a su piedra.
Dos días más salió a perseguir a la luna y otros dos días más
sin comer. Ese regreso le llevó mucho tiempo y tropezó varias veces y cayó,
pero esta vez no fue por distracción, si no por cansancio y debilidad.
A la noche no la vio, tampoco la siguiente, entonces decidió ir
a buscarla al lugar de donde ella aparecía.
Emprendió la marcha errante, esperanzado, pero demasiado débil.
Caminó dos días y se dejó caer sobre una gran piedra sobre un
lago. Le costaba hasta respirar. Se quedó dormido.
Al abrir los ojos la vio reflejada en el lago. Nunca la había
visto tan cerca, en ningún momento levantó la cabeza, solo miraba la reflejada
en el agua y la notaba cercana.
Su instinto, o su amor por ella, lo hicieron agazaparse y
saltar a su encuentro.
Durante el vuelo el puma sintió que lograba alcanzarla y lo
logró al chocar con el agua. La leyenda cuenta que nunca más salió a la
superficie. Por lo que hoy se lo conoce como el Lago del Puma. Pero los
mapuches lo conocen con un nombre más romántico y bonito ayún alé,
que quiere decir amor a la luz de la luna.
(c) Edgardo Beriain
Edgardo Beriain es argentino. Vive en Parque El
Carmen, Hudson, Provincia de Buenos Aires
Relato
Finalista en el concurso Leyendas de mi lugar, mi pueblo, mi gente..Fuente:ww.quadernsdigitals.net
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Saludos.
ResponderEliminarMe encantan los felinos y me fascinan los grandes gatos.
Menos mal que soy humana y aunque enamorada de la Luna.
Gracias a tú trabajo de destrabe con la Luna Oscura, espero sanar...
¡ Así sea, Julia Ortega !
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